Francisco, Paco para los amigos, nació en Córdoba, pero se trasladó a Gran Canaria desde muy joven, y aquí desarrolló su carrera profesional como militar, y su vida familiar, casándose y criando a sus cinco hijos.
Su interés por todo lo que le rodeaba y, en particular, por la ganadería y el pastoreo tradicional, lo llevaron a encontrar grandes amigos en ese mundo, tanto en Gran Canaria como en El Hierro. De todos ellos aprendió mucho, llegando a convertirse en un referente como badajero, tallando los badajos de madera que permiten afinar el sonido de los cencerros que llevan ovejas y cabras. Conocía como nadie la madera a usar en cada caso y cómo conseguirla y prepararla.
Su profesión queda lejos de la antropología, la biología o la lingüística, pero ha observado el mundo pastoril desde todos los ángulos posibles: la gestión del ganado, las trasquiladas, la trashumancia, las cencerras, los badajos, la cooperación. Estas labores culminan en un estudio de la nomenclatura utilizada para denominar a las cabras, que dio lugar a un libro titulado “Las cabras, colores de su pelo”, publicado por la Fedac.
Su minuciosidad y constancia en la elaboración de cuchillos canarios, nos hablan de su carácter, tranquilo, amable, educado y siempre caballeroso. Fue esta actividad la que lo integró en el sector artesano como uno más de los cuchilleros de la Isla.
En palabras de su familia, Francisco Calvo era un “Hombre polifacético, amante de la naturaleza, de las tradiciones y de la vida. Siempre curioso por aprender, dejó también su impronta en el mundo de la artesanía con sus cuchillos canarios”.
Si miramos hacia La Cumbre, seguro que oiremos el eco de su charla con los pastores, mezclado con el dulce sonido de las cencerras.